Por NORBERTO CERESOLE
A mediados de agosto de 2001 - y desde
Chile, curiosamente - el presidente Chávez decidió hacer pública su
posición ideológica ("Soy un izquierdista". "Un zurdo biológico e
ideológico", dijo, textual, urbi et orbi). Con ese paso,
clarificó automáticamente su posición estratégica de cara a la
totalidad de la América criolla: sus canales de acción en la región
serán los que le provean los grupúsculos de la izquierda alucinada y
manipulada, que ya no representan ni a nada ni a nadie en ninguno de
nuestros países. Coherentemente firma la "cláusula democrática" y
expande la apertura de la economía, es decir, incrementa su
fondomonetarización.
Se trata de una alianza con la misma izquierda marginal que en los
tiempos de la bipolaridad produjo verdaderas catástrofes en cada una de
nuestras sociedades, operando conjuntamente con su enemigo aparente, el
"imperialismo yanqui", que siempre toleró al régimen castrista y otros
"focos subversivos", porque entre ellos también siempre existió un
mismo cordón umbilical: los intereses del lobby judío norteamericano
(hoy ese cordón de intereses compartidos está compuesto también por la
legalización de las drogas, objetivo común entre la guerrilla
colombiana y el Wall Street).
Obnubilado por sus fantasías ideológicas, el presidente Chávez equivocó
radicalmente su rumbo estratégico: no sólo no hay una molécula de
"revolución" en esa izquierda; por su historia reciente, ella
representa lo mismo que su contraparte oligárquica e imperialista: sólo
destrucción. Un camino equivocado es un camino sin retorno.
La de Chávez con la izquierda ya fracasada es una sociedad destinada al fracaso, en los siguientes tres sentidos:
1. Chávez se equivoca drásticamente
porque cree - o finge creer - que esos grupúsculos representan al
pueblo, por el simple - aunque falso - hecho de que se autoadjudican
dicha representación;
2. No advierte - o finge no advertir - que esos grupos utilizan su figura como última ratio de su estrambótica existencia;
3. Lo más grave: Chávez está legitimando el único lenguaje que esos
grupos conocen y que han practicado hasta la saciedad, que es el del terrorismo. Lo que representa una carga gravísima para el futuro de Venezuela, en especial para sus fuerzas armadas.
En Santiago de Chile presenció una puesta en escena organizada por los
restos de esa izquierda. Fuera de ese recinto estaba el verdadero ancho
pueblo, al cual Chávez ni siquiera percibió; peor aún, lo confundió con
la poesía masónica de Pablo Neruda, inpirador e inspirado por el
extraordinario simbolismo del tiro en la nuca de la NKVD. Chávez vio
una "multitud" allí donde no había más que un grupo de personas ya
totalmente desvinculadas de las fuerzas sociales reales, pero sobre
todo de las grandes esperanzas de nuestros pueblos. Son grupúsculos
desligados del "espíritu del pueblo".
La fantasía de Chávez se convierte en espejismo, y mi proyecto original de "proyección continental" (el que desarrollé en Caudillo, Ejército, Pueblo )
deviene en una burda payasada destinada a reagrupar grupúsculos cuya
historia es una historia de terror disfrazada de "liberación". Esa
"liberación" que corporiza el viejo mito del "éxodo" de Israel, y que
termina en el asesinato público y colectivo de la verdadera "gente de
la tierra": hoy Palestina, mañana nosotros mismos.
Es probable que la incultura marxistoide de Chávez (apoyada en una
DISIP aún al mando del Mossad) le imposibilite descubrir estos vínculos
profundos (simultáneamente teológicos, filosóficos, políticos y
estratégicos) que nacen con la Modernidad Iluminista. Que nacen, por
ejemplo, con el "indigenismo" de Menahen Ben Israel, socio de Olivier
Cromwell (el verdugo de Irlanda, o el demiurgo del progreso, según se
lo mire) y autor del opúsculo "La Esperanza de Israel" (1650), quien
fue el primero en reconocer, en los indígenas de América, desde
Amsterdam, a la "tribu perdida", la decimotercera tribu de Israel.
Eso es posible, de hecho hay en el Presidente un problema de
in-conocimientos, pero lo cierto es que Chávez está cometiendo una
verdadera estafa de cara al público. Señala en una dirección y dice:
"Allí están nuestros amigos"; señala en la dirección contraria y
exclama: "Allí están nuestros enemigos". Pero el hecho es que ni los
unos ni los otros están allí donde él dice que están. Ambos están en
otro lado. Esto quiere decir que existe una falta total y absoluta de
Inteligencia Estratégica. Algo peor aún: una perversión, un strip tease de esa Inteligencia.
Mi posición hoy es la misma que la del primer día en que conocí al
comandante Chávez, que se acercó a mí travestido de militar
nacionalista y, sobre todo, populista. Esta posición (y, entre otras
cosas, mi definición de populismo) está reflejada, hasta el más mínimo detalle en el presente libro.
Chávez no comprendió nunca el sentido de mi lucha. En los últimos
tiempos él impidió que se lo pueda repetir cara a cara. Por lo tanto se
lo volveré a decir, ahora públicamente, con palabras de Ernst Jünger: "Cuando los seres humanos combaten en niveles espirituales incorporan la muerte a su estrategia.
Adquieren así una especie de invulnerabilidad; de ahí que los asuste
poco el pensamiento de que el enemigo procura privarles del cuerpo...
El enemigo intuye esto a su manera obtusa, y de ahí su cólera terrible,
devastadora, en los sitios donde sale al encuentro el espíritu
auténtico" (Radiaciones, Diario de la Segunda Guerra Mundial,
Vol. 1). Lo de Chávez es, en definitiva, una auténtica rendición. "Toda
rendición de armas es también un acto irreparable, que afecta la fuerza
primordial del combatiente" (Jünger, op. cit.).