domingo, 25 de mayo de 2008

Ciudadano del mundo, cosmopolita y ateo



La autodeterminación es una moderna
epidemia política y social que afecta a los judíos. La desaparición del
gueto y sus cualidades maternas dio lugar a una crisis de identidad
dentro de la ampliamente integrada sociedad judía. Al parecer, todas
las escuelas políticas, espirituales y sociales judías post-emancipadas
del pensamiento de izquierda, de derecha y de centro vivían
intrínsecamente preocupadas por el “derecho a la autodeterminación”.
Los sionistas exigieron el derecho a la autodeterminación nacional en
la tierra de Sión. El Bund les exigió la autodeterminación nacional y
cultural en el discurso proletario de la Europa del Este; la
organización anticapitalista Matzpen y los israelíes ultraizquierdistas
exigieron el derecho a la autodeterminación de la “nación judía
israelí” en el “Este árabe liberado”; los judíos antisionistas
insistieron en el derecho a participar en un discurso esotérico judío
dentro del movimiento de solidaridad con Palestina. Pero, ¿qué
significa ese derecho a la autodeterminación? ¿Por qué será que cada
idea política judía moderna se basa en ese derecho? ¿Por qué algunos
judíos “progresistas” integrados sienten la necesidad de ser ciudadanos
del mundo en vez de solamente ciudadanos ordinarios de Gran Bretaña o
Francia o Rusia?



La pretensión de autenticidad



Es preciso decir que, aunque esa búsqueda de la identidad y esa
autodeterminación están ahí para expresar que se pretende alcanzar una
auténtica redención, el resultado directo de la política de la
identidad y la autodeterminación es justamente lo contrario. Para
empezar, quienes deben autodeterminarse suelen ser aquellos que están
muy lejos de poder realizarlo; quienes han decidido que los consideren
“cosmopolitas” y “humanistas laicos” son incapaces de ver que la
fraternidad humana no necesita ni presentación ni declaración. Lo único
que necesita es un amor genuino por los demás. Quienes emiten y firman
manifiestos humanistas son aquellos que insisten en que los consideren
humanistas, mientras que al mismo tiempo difunden la maldad tribal
sionista. Es evidente que los cosmopolitas genuinos no necesitan
declarar su compromiso abstracto con el humanismo. De manera similar,
los auténticos ciudadanos del mundo viven en un mundo abierto, sin
límites ni fronteras.



Yo, por ejemplo, vivo rodeado de músicos de jazz de todos los colores y
orígenes étnicos. Son gente que vive en la carretera, que duerme cada
día en un continente distinto, que se gana la vida con su amor por la
belleza. Sin embargo, nunca he visto a un artista del jazz que se
defina a sí mismo como ciudadano del mundo o cosmopolita o incluso como
comerciante de belleza. Nunca he conocido a un artista de jazz que se
dé un aire de importancia igualitaria ni que celebre su derecho a la
autodeterminación. La razón es muy sencilla, los seres auténticos no
necesitan autodeterminarse, son como son y dejan que los demás también
lo sean.

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