Por Eduardo Ferreyra
Aunque en Argentina estamos muy acostumbrados a que se nos mienta de manera cotidiana, la catarata de mentiras que surge de las pantallas de la televisión, pronunciadas por los que se oponen a las papeleras de Fray Bentos, ha alcanzado en los últimos días dimensiones exorbitantes.
En efecto, los argentinos nos hemos acostumbrado ya a que la mentira sea moneda corriente y de uso diario, desde las declaraciones de encumbrados funcionarios ha-blando sobre el control de la seguridad de los ciudadanos, pasando por las afirmaciones que la inflación será controlada mediante “acuerdos” y decretos, hasta las promesas de grandeza y prosperidad para las generaciones futuras –quizás para los descendientes de los políticos, que habrán visto asegurado su futuro.
Sin embargo, a pesar de que la mentira nos resbala como el agua sobre el lomo de un pato, hay mentiras que la mayoría de la gente no sabe identificar y resultan víctimas inocentes de oscuros intereses que responden a planes venidos del exterior con el propósito de mantener el status neocolonial de nuestro país. Por supuesto, me refiero a la acción constante que ejerce la corporación ecologista multinacional denominada Greenpeace.
Esta famosa organización ecoterrorista –muy famosa por sus enormes recaudaciones en dinero efectivo, con presupuestos anuales que superan holgadamente los 200 millones de dólares anuales, libre de impuestos- también es famosa por la habilidad con que consigue engañar al público y convencerlo de que haga “donaciones” en efectivo para seguir “salvando al planeta”, las ballenas, las focas, los delfines, los mosquitos, las mariposas, y millones de otros insectos que jamás necesitaron ser salvados.
Por supuesto, las técnicas usadas para el engaño fueron expuestas ya en la década del 30 por el Dr. Josef Goebbels en su infausto paso por el gobierno de la Alemania nazi, y que se resume en el eslogan preferido del régimen: “Mentir, mentir, mentir… que algo siempre queda.” La perfecta técnica de Goebbels (la “gran mentira”) se basaba en decir mentiras tan colosales que nadie se le ocurría que “alguna persona podría cometer la impudicia de distorsionar la verdad de manera tan infame”. El primer uso documentado de esta frase -“la gran mentira”- está en el siguiente pasaje de la enfermiza obra de Adolfo Hitler, Mi Lucha, donde expresa un hecho que a nadie le agrada reconocer:
“Todo esto estaba inspirado por un principio –que muy cierto en sí mismo- que la gran mentira siempre tiene una cierta fuerza de credibilidad; porque las masas de una nación siempre resultan corromperse más fácilmente en el estrato más profundo de su naturaleza humana que concientemente o voluntariamente; y por ello en la primitiva simplicidad de sus mentes ellas resultan víctimas con mayor facilidad de la gran mentira que de la pequeña mentira, dado que ellos mismos a menudo dicen pequeñas mentiras en pequeñas cosas, pero se avergonzarían de recurrir a falsedades en gran escala.” (1)
La técnica de Goebbels llegó a perfeccionarse de tal manera que ha sido adoptada desde entonces por los grandes dictadores de la Tierra para conseguir la suma del poder: Sus reglas primarias eran las mismas que emplea Greenpeace para sus campañas:
“Nunca permitir que el público se enfríe; jamás admitir una falta o un error; jamás admitir que el enemigo puede tener algo de bueno, o algo de razón; jamás dejar lugar para alternativas; jamás aceptar la culpa; concentrarse en un enemigo a la vez y culparle por cualquier cosa que ande mal; la gente creerá en una mentira grande más fácilmente que en una pequeña, y si la mentira se repite con la frecuencia necesaria la gente terminará por creer-la.”
En el desgraciado asunto de las papeleras, los ecologistas colaboradores de Greenpeace, hábilmente infiltrados entre la población y los estratos gubernamentales, han conseguido introducir en la mente de la población “la Gran Mentira”, usando exactamente la técnica recomendada por Goebbels. Es necesario partir de la base de que las verdades a medias son mentiras completas, porque ocultar la parte de la verdad que no apoya –o que directamente contradice a la argumentación- es una práctica deshonesta que, en el caso que nos ocupa, no sólo demuestra la falta de bases científicas del reclamo, sino que debería estar severamente penada por la ley.
Los activistas ven que la partida ya la tienen prácticamente perdida, frente a la muy firme posición del gobierno y del pueblo Uruguayo; de la muy seria posición de los técnicos del Banco Mundial que emitieron su dictamen sobre el Estudio de Impacto Ambiental; y de que a la larga, el gobierno argentino terminará por dejarlos en la estacada porque los in-tereses del MERCOSUR son bastante más importantes que los votos de Entre Ríos. Y sobre todo porque la memoria de los argentinos se borra con muchísima facilidad cuando comienzan a sonar los tambores de los Carnavales. Ya lo dijo el tango, “Todo el año es Carnaval”.
Entonces llevaron a la Gran Mentira hasta Buenos Aires, protestando ante las cámaras de la televisión (convocadas convenientemente para apoyar a la campaña) en frente al puerto de Buquebus, donde se emitió toda clase de exageraciones, falsedades y mentiras deliberadas para llevar la preocupación y el miedo hasta los millones de pobladores de Buenos Aires.
Asombra ver la manera en que la gente opina sin tener el más mínimo conocimiento del asunto. Ya lo decía Bertrand Russell, "Los más grandes males que la humanidad se ha infligido a sí misma han sido el resultado de encauzar una Fe inquebrantable en pos de convicciones equivocadas."
Dos Botones de MuestraMentira No. 1: Las papeleras que se instalarán en Fray Bentos envenena-rán a la gente con las dioxinas que emitirán al ambiente. La gente de Buenos Aires será envenenada por las dioxinas que llegarán arrastradas por el Río Uruguay.
En mi anterior artículo sobre este tema proporcioné los datos necesarios sobre la tecnolo-gía que usarán las papeleras, donde se comprueba que la tecnología Libre de Cloro Ele-mental (LCE) no emite dioxinas al ambiente, como tampoco lo hace en los efluentes que desaguan en los ríos. No hay dioxinas que bajen por el río hasta el río de la Plata. Sin embargo, el Sr. Busti habla de esto en la entrevista que le hace el diario La Nación el domingo 22 de enero:
Se equivoca Busti, en ambas cuestiones. Interrumpir la libre circulación atenta contra el MERCOSUR (además de ser un delito!). Un editorial de La Nación del 17 de enero pa-sado lo dice de manera por demás clara:
Por segunda vez, la aduana argentina interceptó en la frontera con Uruguay un cargamento proveniente de Chile con elementos para la construcción de las plantas papeleras sobre el río Uruguay, al norte de Fray Bentos. Esto implica un acto de acción directa de un organismo oficial del gobierno argentino, que se suma a otros que, por omisión, constituyeron hechos fuera de los procedimientos aceptables del derecho internacional, los tratados vigentes y las buenas relacio-nes diplomáticas que deben perdurar entre dos países muy ligados por su historia y afinidad.
Los cortes del tránsito en los puentes que unen ambos países, sin que la autori-dad argentina haya siquiera intentado garantizar el libre tránsito como lo requie-ren los tratados, ya han colocado a nuestras autoridades en una delicada situa-ción que sólo la prudencia del gobierno uruguayo ha evitado que se convierta en un conflicto más serio en las relaciones bilaterales.
Y la dioxina que las plantas no emitirán, no puede bajar por el río. ¿Por qué, enton-ces, Sr. Busti, no bajan hasta Buenos Aires las dioxinas que sí producen las vetus-tas papeleras argentinas en Misiones, Corrientes y Santa Fe? Esas viejas papeleras trabajan con la anticuada tecnología de cloro puro, altamente contaminante –pero Greenpeace no ha invadido sus playas como lo hizo con la papelera que usará la tecnología que obligan las normas europeas! No hay dinero que recaudar por ese lado…
¿De cuál impacto ambiental habla? El impacto ambiental de la tecnología LCE es casi imperceptible y totalmente amigable para el ambiente, los animales y los humanos, tal y como ha sido explícitamente establecido en las normativas europeas para esta indus-tria. Por ello es que ha sido adoptada por más del 80% de las papeleras de mundo y ha sido declarada como la norma obligada a seguir por la Comunidad Europea. ¿Estará bien asesorado el Sr. busti, o ha sido 'convenientemente' desinformado?
Busti: Después de leer un informe de Greenpeace he concluido que los dos países deberían conformar una comisión que estableciera normas de producción para estas dos papeleras y para las tres de este tipo que hay en la Argentina: dos en Misiones y una en Capitán Bermúdez, en Santa Fe.
No hay en Argentina papeleras "de este tipo". Las existentes usan tecnología de cloro elemental, contaminante. Las que se instalarán en Fray Bentos no usan cloro elemental. Greenpeace no es ninguna fuente científica seria ni creíble. Ha cometido los suficientes fraudes en su historia como para que sus declaraciones sean el prototipo de la false-dad. Demuestra Busti estar carente de asesoramiento científico y técnico adecuado.
La experiencia argentina indica que en los expedientes nunca queda especificado el "retorno" solicitado para autorizar la instalación de cualquier cosa, desde un quiosco hasta un Aeropuerto. Muchos inversores se espantan por las cifras. Huyen, y no vuel-ven. Los periodistas Longobardi y Oro dicen que hubo pedido de retorno, pero que como la corrupción no otorga recibo, es difícil de probar. ¿Quién conoce la verdad?
Mentira No. 2: (Esta es muy gorda, por ello fácil de creer) Las dioxinas que no serán filtradas por los servicios públicos de agua potable de Buenos Aires enfermarán de cáncer a los Porteños.
En 1987, el profesor Alan Okay, de Toronto, describió en la revista Cancer Research al receptor en el hombre sobre el cual se fija la dioxina. Descubrió que ese receptor tiene una capacidad de fijación netamente más débil que la de ciertos animales de laborato-rio. La especie humana no parece ser una especie particularmente sensible a los efectos de las dioxinas. No se ha detectado ningún caso de muertes humanas debidas a una intoxicación aguda por dioxina, a pesar de los numerosos y graves accidentes en Seveso, Grenoble, Times Beach, Love Canal, Ludwigshafen, Bolsover, Amsterdam.
La moderna toxicología nos dice que para todos los cancerígenos que no dañan directa-mente al ADN existe un nivel de umbral para la exposición, o dosis, por debajo de la cual no se observan efectos cancerígenos. Es el principio por el cual las bajas dosis de radioactividad natural presentes en el ambiente no causan cáncer sino que, por el contrario, potencian al sistema inmunológico mejorando la salud de los humanos, su fertilidad y su longevidad. Tales sustancias, que son cancerígenas sólo después de haber superado ese umbral de la dosis, son llamados "cancerígenos de umbral."
Todas las evidencias científicas apuntan al hecho que la dioxina es un cancerígeno de umbral, y los extremadamente bajos niveles de dioxinas a los que está expuesto el hombre en su vida diaria, están muy por debajo de la dosis que, de mantenerse duran-te largos años, podría causar el desarrollo de algún cáncer. Como recomendé en mi anterior artículo, es aleccionador y educativo el excelente artículo al respecto de las dioxinas escrito por uno de los más grandes científicos a nivel mundial que trabajan en el tema eliminación y tratamiento de las dioxinas, el Dr. Pierre Lutgen, de Luxemburgo: "La Dioxina es Inocente!".
Conclusiones En el comentado editorial de La Nación, se expresa el sentido común que debería primar en este asunto:“La posición de las empresas papeleras, así como la del gobierno uruguayo y la de un reciente informe encargado por el Banco Mundial, es que las plantas no exce-derán los estándares de contaminación admisibles. En caso de que el gobierno argentino o el de la provincia de Entre Ríos cuenten con elementos para rebatir aquellas posiciones, deberían actuar con la mayor energía, pero dentro de las metodologías aceptables para corregir los excesos o, en un caso extremo, de-tener la construcción.”
También hizo La Nación una encuesta en la Internet sobre el tema: ¿Cómo califica la actuación del Gobierno frente a las protestas por la instalación de las papeleras en Uruguay?, y los resultados fueron (al domingo 22 de enero): NO saben: 1,82% - Correcta: 13,6% - Incorrecta: 41,47%, Insuficiente: 41,47%
Este último ítem de la encuesta equivale a CERO porque no se ha especificado si la insuficiente actuación del gobierno corresponde a actuar con firmeza e impedir los cortes de ruta, o actuar con firmeza y apoyar abiertamente a Greenpeace en su irracional protesta.
Pero el diseño de la campaña anti-papeleras le pertenece a Greenpeace, y es la ONG eco-terrorista quien lleva la voz cantante acompañada por una claque de ignorantes, sinceros y honestos habitantes de Gualeguaychú que, por honestos y sinceros que puedan ser, ello no les añade ni un ápice de conocimientos ni prudencia en un tema donde debería predominar la ciencia y el razonamiento –operado por una inteligencia despierta- y no por emociones violentas que han desbordado los diques del raciocinio e ingresado en el terreno del odio y el pánico.
Es sabido por los ethólogos que el pánico anula el adecuado mecanismo de defensa de los especimenes animales, incluido el hombre: el uso del cerebro. En los animales de sangre caliente, el pánico inyecta enormes cantidades de adrenalina que potencian las reacciones cerebrales y facilitan la transmisión del impulso nervioso a los músculos. En los seres humanos parecería que el pánico generado por información (y no por la visión de un claro peligro físico en progreso), tiende a reducir el razonamiento y el normal funcionamiento del cerebro. Y esa es la intención de los “alarmistas profesionales”: reducir la capacidad de análisis y razonamiento de sus víctimas, la gente que ignora todo relacionado con la ciencia.
En este tema se estuvo y se sigue mintiendo demasiado. Las mentiras son grandes, descomunales, y muchas autoridades han estado haciendo la vista gorda al delito con-tinuado de los cortes de ruta. En base a esas mentiras Greenpeace pretende seguir afianzado su capacidad de gran recaudador de dinero. Para ello necesita que la gente crea que de verdad está “defendiendo al ambiente” y “salvando al planeta”. Pamplinas. Está haciendo su sucio e innoble negocio. Y necesita que sus mentiras sean tan grandes que la gente se la trague sin sospechar. Como decía su gran maestro, Adolfo Hitler, “Mientras mayor es la mentira, más fácilmente se la cree.” Greenpeace no perderá jamás esa vieja costumbre de mentir. Los políticos tampoco. El pueblo, noso-tros, pagamos la fiesta de los pícaros.
Eduardo FerreyraPresidente de FAEC
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