Por James Petras
El debate nacional que está produciéndose en los medios de comunicación a causa del procesamiento de Irving Lewis Libby, por perjurio y obstrucción a la justicia, no está teniendo en cuenta cuestiones más fundamentales que afectan al contexto estructural profundo y que son las que han motivado la conducta criminal de aquél. La explicación más superficial sobre el asunto se basaría en la idea de que Libby, al revelar la identidad de Valerie Plame (como agente de la CIA), actuó movido por el deseo de “venganza” para castigar a su marido, Wilson, por denunciar las mentiras inventadas por Bush acerca de la “importación” de uranio de Níger por parte de Iraq. Otros periodistas han afirmado que Libby actuó así para “tapar” las mentiras que llevaron a la guerra. Sin embargo, las declaraciones efectuadas plantean una cuestión más profunda: ¿Quiénes fueron los que fabricaron la propaganda de guerra, a quién estaba Libby protegiendo? Y no sólo los “fabricantes de la guerra”, sino también los planificadores estratégicos, los que elaboraron el discurso de guerra y los arquitectos de la misma, que actuaron de la mano junto a los propagandistas y los periodistas que difundieron la propaganda? ¿Qué vínculos existen entre todos esos funcionarios de alto nivel, los propagandistas y los periodistas?
Igualmente importante es averiguar, teniendo en cuenta los puestos de poder que ese ‘cabildo’ ocupa y la influencia que ejercen en los medios de comunicación y en el diseño de la política estratégica, cuáles han sido las fuerzas que han intervenido en la presentación de cargos criminales contra un operativo clave del ‘cabildo’ en cuestión.